Marina cerca de los 2 años de edad en Trípoli, Libia Nieve y aullidos. ¡Más rápido! Bosque. Ella grita. ¡Ahí vienen! ¡Más rápido! Señ...
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Marina cerca de los 2 años de edad en Trípoli, Libia |
Nieve y aullidos. ¡Más rápido! Bosque. Ella grita. ¡Ahí vienen! ¡Más rápido! Señala al frente. ¡Más rápido! Viento. Los caballos levantan la nieve, galopan al límite, también quieren salvarse. Pero los lobos ya están muy cerca. Capas que hondean. Ella lo sabe, sabe que es tarde, que se internará para siempre en ese bosque en las fauces de un lobo. Invierno. Se cubre hasta la cabeza con una manta y se hunde en el trineo. Los lobos gruñen, desgarran la manta, saltan para morderle un brazo, una pierna. Espadas, reyes. Ella se abraza, baja la cabeza, cierra los ojos y, entonces, lo escucha. Otro caballo. Y una voz, una voz amada. Flechas, collar de perlas. Es él. Ciervo, cazador. Pero un aullido más la desgarra y cae desmayada en los brazos de… el sillón de terciopelo oscuro.
Su abuela despierta de su siesta con ese aullido. ¡Marina!, le dice. Pero Marina no era Marina, era una joven rusa que escapaba de los lobos hambrientos, una pielrroja escondida en una cueva, una exploradora sumergida en el mar, una pirata, una náufraga, una viajera, una contadora de historias de otro tiempo.
Desde niña, Marina es otra, otras, muchas.
La infancia de Marina Colasanti se divide en tres, como tres son las pruebas que pasan los héroes en los cuentos de hadas. África, Europa y América.
Nació en 1937 en Asmara, la capital de un país muy pequeño, Eritrea, antiguo dominio italiano y vecino bélico de Etiopía. A los cuatro años de edad, y en plena guerra, su familia se muda a Roma. Luego, a los 11 años, vuelan para siempre a Río de Janeiro. Entonces sus juegos se llenarán de selva: “¿Será que podremos andar en bicicleta en el jardín o las serpientes se enroscarán en las ruedas?”, se preguntan su hermano, Arduino, y ella antes de partir.
En su autobiografía de la infancia, “Mi guerra ajena” (Babel, 2013), Marina cuenta que un día, para satisfacer las ansias del viaje a Brasil que se demoraba en llegar, su madre les regaló dos plátanos, escasos y caros en aquella época. No era raro comerlos en África, pero ya hacía tanto que no probaban uno.
Mares y tesoros. Al pie de una ventana en el cuarto de su abuela, Arduino y ella comen muy lentamente cada plátano, y cuando no hay más, raspan las cáscaras con los dientes hasta dejarlas translúcidas. Selva, monos, guacamayas, y plátanos. En Brasil habrá montones.
Pero Marina pudo no haber volado a Brasil (¿sería hoy otra mujer italiana, muy distinta, radicada en Roma?), su papá decidió de pronto que ella se quedaría con su abuela, para acompañarla. Eso Marina lo supo muchos años después. En aquel momento, su padre dijo que ella no podía ir a Brasil porque allí no había dentistas calificados para continuar el tratamiento odontológico contra sus caninos rebeldes.
Marina era una niña decidida, y luchó.
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Año 1947 o 48. Marina con su madre, en la casa de su familia en Roma. poco antes de mudarse a Brasil |
Le parecía que hacía falta un milagro para cambiar la opinión de su padre, así que fue con su abuela a una iglesia donde tenían una imagen de Nuestra Señora de Lourdes y le prometió dejar de comer postre hasta que la dejaran viajar. Ni un pedacito de fruta aceptaba, aunque le rogaran. Y para ayudar un poco a la Virgen, también le escribió una carta a su padre.
Marina no cuenta qué le decía exactamente en la carta, pero meses más tarde llegó la respuesta del padre. Decía que había encontrado un buen dentista en Brasil.
Montañas, secretos. Marina había pasado las pruebas y al tercer continente voló, con su cuaderno marrón, sin su teatro de marionetas, a la conquista de una tierra lejana y exótica. Como en una de las novelas que leía, de Stevenson, de Verne, de Salgari. Niña convertida en ave. Lluvias torrenciales, plátanos en abundancia, tigres, rayos.
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¿A qué jugabas cuando eras niña?
Hasta los ocho años mi niñez estuvo inmersa en el ambiente muy especial de la Segunda Guerra Mundial. Así que fue una niñez casi sin compañía de otros niños, mientras nos trasladábamos de una ciudad a otra, de una casa a otra. Éramos tan solo mi hermano, un año más grande, y yo. Para llenar tanta soledad, tuvimos dos amigos imaginarios, también una pareja de hermanos, que fueron nuestros compañeros de aventuras a lo largo de un año o dos. Se llamaban Nino y Pía. De dónde sacamos esos nombres, no tengo idea.
Cuando era posible inventábamos aventuras en la nieve y en la naturaleza. Casi no tuvimos juguetes, no eran tiempos para eso. Me acuerdo que tuve una única muñeca. Pero leíamos muchísimo, y de las historias de los libros inventábamos otras historias. Nuestra soledad terminó después del final de la Guerra, y entonces tuvimos amigos y fuimos pielesrrojas (mi nombre en la tribu era Sole Ridente, Sol Risueño). Hasta venir a Brasil, donde, otra vez solos, jugamos mucho a Tarzán en el inmenso parque que pertenecía a mi familia. Pero entonces ya tenía 10 años, y luego dejé de jugar.
¿Por qué dejaste de jugar?
Porque después de ese periodo de Tarzán y de exploración de la naturaleza, ya leía cosas de grandes y tenía que tratar de adaptarme a una nueva cultura, una nueva lengua, una nueva escuela. Y luego pasé un año interna en un colegio de monjas, y ahí lo último que podía pensar era en jugar. Por eso me ubicaba tan bien en la imaginación.
¿Cuál es tu primera historia de lectura?
Tenía poco más de 6 años (me alfabeticé a los 5), y mis padres, para entretenernos, pues recién llegábamos a una nueva ciudad donde no conocíamos a nadie, nos regalaron una colección de clásicos adaptados para la juventud. No eran para los más chiquitos. Nuestros padres se equivocaron. Y fue una suerte y una dicha. ¡Descubrimos la literatura universal! No lo entendíamos todo, pero lo que entendíamos era tan estupendo que fue una revelación, una epifanía. No queríamos hacer nada más que leer y seguir leyendo.
DE OTRO TIEMPO
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Principio de los años 60, en Ipanema. Marina estudia Bellas Artes, quiere ser pintora |
Marina empezó otra vida en Brasil. Decidió estudiar Bellas Artes, trabajó de periodista y presentadora de televisión y luego empezó a escribir cuentos de hadas.
Hoy, publica poesía, da conferencias, firma libros, descansa con su marido en su casa en la montaña, camina por la playa de Río, entrevista a la mujer que vende las frutas, se ríe mucho, platica con cualquier lector que se le acerque, pinta y habla con las hadas.
La conocí primero por su voz. Fue en Bogotá, en el Congreso Iberoamericano de Lengua y Literatura Infantil y Juvenil (Cilelij). También entonces la leí por primera vez, pero en voz de Maria Teresa Andruetto. En un día de campo literario organizado por el congreso, Andruetto leyó el cuento de Marina, “Como un collar”.
Veía a Marina, callada y sonriente, con un broche plateado y un suéter azul rey. La voz en sus cuentos de hadas me parecía que la describía de principio a fin, a ella también, como a un personaje de su escritura. Luego la oí cuestionar ¿qué era lo real? ¿quién medía lo fantástico? ¿no era mágico también transformarse de bebé a mujer?
La fantasía había sido su refugio en la guerra, la fantasía es un sitio real.
La vi por segunda vez en Buenos Aires. Y otra vez al lado de María Teresa Andruetto, en la conferencia inaugural de las Jornadas Internacionales de LIJ. Estaba ahí por casualidad y tomé un taller con ella. Cabello rojo, suéter verde. Biblioteca, campo.
Los cuentos de hadas no pertenecen al género infantil y juvenil, es un error generalizado. El valor de un cuento de hadas es su posibilidad de muchísimas lecturas, para cualquier edad.
Habló de los cuentos de hadas con un misticismo que provocaba un silencio profundo en el salón. Dijo que mientras escribía cuentos de hadas no podía escribía nada más que eso. Sentía una voz de otro tiempo llevarla a lugares que no entendía cómo podía conocer. Sus hijas le habían regalado una edición exquisita de los cuentos de los Hermanos Grimm. Le parecía un objeto precioso, pero no quería leerlos. Temía contaminar su arte.
¿Por qué escribes cuentos de hadas?
No salí a buscarlos. Me llegaron, o me llamaron. Y si te metes con ellos, ya no es posible abandonarlos. Escribir cuentos de hadas es una experiencia de pura emoción, como si cada uno fuera un regalo de los dioses.
¿Qué tienen los cuentos de hadas que fascinan?
Los cuentos de hadas nos fascinan porque nacen de fuentes míticas, están conectados con los sentimientos más hondos del alma humana.
¿Cuál es tu cuento favorito?
De niña me encantaba La Sirenita, es una bellísima historia de amor (muy anterior a Andersen), que analicé en un ensayo. Pero fue contaminada por el terrible espíritu dulzón de Disney. Hoy me gusta mucho Barba Azul, que habla del enfrentamiento entre crueldad e inocencia.
PALPITANTE COMO UNA VENA
Marina ha sido reconocida porque el tono de sus cuentos de hadas se acerca tanto al de los clásicos que uno cree estar leyendo un manuscrito de hace 300 años, encontrado recientemente. Y también por llevar más al centro, en esa tradición, a protagonistas mujeres.
Es una escritora feliz con su obra. Castillos, amuletos. Se conmueve con sus textos, se le pone la piel de gallina; sonríe cuando encuentra la frase justa, se ríe y golpea la mesa si da con su desenlace perfecto. Y sigue escribiendo.
Una idea toda azul, su primer libro de hadas, fue nombrado el Mejor Libro para Jóvenes de la Fundación Nacional del Libro Infantil y Juvenil de Brasil en 1979. Lejos como mi querer ganó el Premio Norma-Fundalectura en 1996. Este mes, en el Salón del Libro de París, con Brasil como país invitado de honor, se presentará el primer libro que reúne todos los cuentos de hadas que ha escrito Marina, ilustrados por ella, 117. Y, sin embargo, casi es imposible conseguir sus libros en México. Ha estado aquí, ha impartido conferencias, tiene un vínculo especial con el país pero, como sudece con muchos grandes escritores latinoamericanos, no está en ninguna librería.
¿Qué debe tener una historia para que atrape a un niño?
Lo que busco cuando escribo es mi propia emoción. Si una historia no me emociona, tampoco me interesa, y no la escribo. Y estoy siempre en la búsqueda de la calidad máxima del lenguaje (máxima, seguro, dentro de mis posibilidades). Quiero darle al lector, de cualquier edad, palabras frescas como si fueran nuevas, puestas una al lado de la otra de para crear alguna sorpresa, para establecer una vibración vital. Quiero un lenguaje palpitante como una vena.
¿Cómo se consigue que un niño ame los libros?
Amándolos cerca de él, frente a él, con él. Sembrando libros en su cotidiano, que estén presentes, cerca de sus manos y de su deseo.
¿Qué te sorprendía de niña? ¿Qué te sorprende hoy?
Con una vida siempre al borde de cambios, necesitando constantemente conocer y ambientarme en nuevos países, nuevas ciudades, nuevas situaciones, creo que fui una niña muy atenta. Pero no sorprendida. La belleza y los mecanismos de la naturaleza siguen sorprendiéndome, pero no es exactamente sorpresa, sino encantamiento. No me sorprendo. Intento entender.
Nieve y ciudad. Oleaje. Igual que los árboles, las hadas no han cambiado, son las mismas desde hace siglos. Siguen transformándose en lo que quieran. Viven entre los bosques y las selvas, bajo el agua, en cuevas. A veces van de un continente a otro, cuentan historias, publican libros. Marina dice que no se sorprende, ella vive en el encantamiento. Desde niña escribe, juega, es otra, otras. ¡Más rápido! Lobos, noche, viento.
Fonte: Texto original em LINTERNAS Y BOSQUES - Expediciones a la Literatura Infantil y Juvenil, gentilmente compartilhado por Adolfo Córdova